martes, 27 de diciembre de 2011

“Un alegato contra la militarización de las sociedades”


Algunos conscriptos denuncian cómo torturaba Bussi y las lecciones que les daba sobre tortura. Otros están orgullosos del papel que jugaron en el Operativo Independencia. El “estacamiento” era común como castigo.



MARCELO GOYENECHE, DIRECTOR DE UN DOCUMENTAL SOBRE LOS CONSCRIPTOS QUE SIRVIERON A LAS ORDENES DE BUSSI


Por Leonardo Castillo


–¿SMO (Servicio Militar Obligatorio) El Batallón olvidado es una historia que surgió cuando trabajaba para contar otra cosa?

–Sí, mi primera intención era hacer un documental sobre el Operativo Independencia en Tucumán, que comenzó en 1975 con el pretexto de aniquilar a las formaciones guerrilleras del ERP que operaban en el monte, pero que en realidad fue un amplio dispositivo de represión sobre la población civil y las organizaciones de trabajadores azucareros que desde hacía una década venían movilizándose contra el cierre de los ingenios. El 35 por ciento de las desapariciones que tuvieron lugar en la provincia se produjeron entre enero de 1975 y marzo de 1976. Además, funcionó allí el primer centro clandestino de represión, La Escuelita, en Famaillá. Al iniciar la investigación preliminar, al recabar las primeras informaciones sobre aquellos años en la provincia y las consecuencias del Operativo que comenzó bajo las órdenes de Acdel Vila y que luego siguió Domingo Bussi, me encontré con que en Orán, Salta, existía una asociación de ex conscriptos que había tomado parte del accionar del Ejército contra la guerrilla. Noté que había una historia silenciada, que merecía ser indagada y contada, por eso el nombre del documental, El Batallón Olvidado. Se trataba de jóvenes de 18 años, que siete años antes de la Guerra de Malvinas fueron expuestos a situaciones traumáticas que los marcaron para siempre.

–Lo que muestra la película es que muchos de esos ex soldados reivindican el papel que cumplieron durante la colimba en Tucumán.

–Sí, es así. Muchos reproducen aún ese discurso de la oficialidad, que rezaba que el Operativo Independencia era un acto de servicio para “salvar a la patria de la agresión marxista”. Encontrarse con esa versión de la historia de aquellos años implicó un desafío para mí, pues significaba una visión contraria a la que tengo como documentalista, una confrontación con mi propia mirada. Entonces, el reto que me impuse pasó por entender por qué subsiste esa mirada en varios de los ex conscriptos.

–¿Y por qué cree que todavía muchos de esos ex soldados avalan la tarea que el Ejército llevó a cabo en Tucumán durante el Operativo Independencia?

–Muchos de esos jóvenes provenían de poblaciones rurales de Salta, Jujuy y las provincias cuyanas, y el Servicio Militar Obligatorio constituía para ellos una experiencia de socialización muy fuerte. Está claro que el propósito del Ejército era llevar a Tucumán jóvenes de otros lugares para que no tuvieran que enfrentarse con vecinos, con gente que tal vez conocieran. Incluso así, para muchos de ellos, la colimba era la primera oportunidad que tenían de ver el mundo, de encontrase con otra realidad, y lo hicieron desde una perspectiva castrense, verticalista, que aún pervive en muchos de ellos. Hay que entender que muchos de esos pibes, la primera vez que se subieron a un micro fue para ir al cuartel donde se alistaron. Ese viaje constituyó el primero que muchos de ellos hicieron en sus vidas y es una experiencia que deja huellas muy profundas en la conciencia. Ahí me vi obligado a tomar distancia de mi ideología, de algunos de mis preconceptos para tratar de entender por qué perdura entre esos ex soldados una mirada tan autoritaria.

–Pero también está la mirada de muchos ex soldados que hicieron la colimba en aquel Tucumán, que padecieron maltratos y fueron testigos de abusos y torturas.

–Sí, eso es parte del relato y era algo que también buscábamos reflejar. Así como me encontré con gente que decía “estar orgullosa” de haber tomado parte del Operativo Independencia, otros tenían mucha necesidad de hablar, de sacar a relucir hechos que durante años estuvieron muy reprimidos y noté que todavía persiste mucho miedo, dolor, angustia, pese a que habían pasado más de 35 años. Durante mucho tiempo, en el imaginario colectivo se instaló la idea de que los estacamientos eran un castigo que se aplicó a algunos soldados durante la Guerra de Malvinas, pero en el documental mostramos que esta era una práctica muy difundida en el Ejército y muchos soldados la sufrieron en Tucumán, bajo un sol abrasador. Uno de los testimonios que recabé y que más me reconfortó fue el de Domingo Jerez, a quien entrevisté en 2009 y pusimos en contacto con la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, y volvió a declarar en 2010, esta vez ante un tribunal, en el juicio que se le siguió al genocida Antonio Domingo Bussi (gobernador militar de Tucumán entre 1976-1977) por los crímenes cometidos en la Jefatura de Policía de Tucumán. En ese juicio, Jerez brindó información muy importante, contó cómo Bussi molía a garrotazos a los detenidos y las lecciones de tortura que les daba a los soldados. La información que aportó fue de mucha importancia. Espero que ahora la película se difunda, se vea y se comente en muchos espacios y pueda movilizar a que otros ex soldados puedan aportar más testimonios en otras causas, como por ejemplo la de Campo de Mayo. La Secretaría de Derechos Humanos está convocando a quienes hicieron la colimba entre 1975 y 1983 para que puedan aportar datos. Si esta película contribuye con eso, me voy a sentir muy conforme.

–¿Contribuir con la Justicia es el objetivo principal de este documental?

–El objetivo era dar testimonio contra el Servicio Militar Obligatorio, denunciarlo como una forma de maltrato y sometimiento. En Argentina operó como una forma de disciplinar a la población civil, y en el caso de muchos de estos ex soldados todavía se percibe como algo positivo, un complemento de la educación inicial y secundaria. Una visión que el documental procura rechazar de plano.

–¿Actualmente, es en el Norte del país donde más arraigada se encuentra esta valoración positiva del Servicio Militar, como lo deja entrever la película?

–No sólo en el Norte, en Buenos Aires y en otras grandes ciudades se reproduce esa idea de la colimba como un corrector social, un freno ante las drogas y la inseguridad. Una noción que incluso difunden personalidades vinculadas al mundo del espectáculo y la política. Encerrar a un pibe en un cuartel durante un año no nos otorga una persona mejor. Es lo que genera, por ejemplo, experimentos como el de las policías infantiles, que se llevan a cabo en Salta, Misiones, Chubut y Mendoza. Es un sistema por el cual se somete a pibes de entre 6 y 15 años a prácticas diarias de instrucción militar, lo que significa una constante violación de sus derechos. ¿Para qué se prepara a esos chicos? ¿Para que sean policías? ¿Pero al servicio de quién y con qué propósito? Son los interrogantes que intentan plantearse en la película si proponemos una mirada hacia el futuro y el presente.

–¿Se podría decir que ése es el concepto que se busca transmitir?

–Digamos que se trata de un alegato contra la militarización de las sociedades y lo perjudicial que esta idea representa para los intereses de los sectores populares. Por ejemplo, la gente hoy tiene en claro que la colimba no existe más, pero son pocos los jóvenes que saben que se terminó porque hace más de 15 años un soldado, Omar Carrasco, tuvo que morir a golpes en un cuartel a manos de dos compañeros que seguían órdenes de un superior. Y lo que es llamativo es que, cuando se cancela el Servicio Militar, comienzan a crearse las policías infantiles en varias provincias. ¿Cuántas generaciones de jóvenes pasaron por este sistema de formación y qué terminan haciendo después? Cuándo el Servicio militar se instituyó, en 1901, se lo presentó como “un instrumento de moralización pública”. Pero a lo largo del siglo XX quedó demostrado que ese ejército, que pretendía encauzar y formar ciudadanía terminó, siendo una amenaza real para las instituciones del país y los trabajadores.

–Mencionó el caso Carrasco, sin embargo fueron muchísimas las denuncias de abusos y muertes que se verificaron a lo largo de la historia del Servicio Militar.

–Es cierto, la colimba siempre estuvo vinculada con el abuso y la tortura. En la década del ’10, se conoció una práctica denominada como el submarino, que consistía en atar de pies y manos a los conscriptos, obligarlos a sumergirse en el río y bucear por debajo de un barco. Fue una práctica que provocó la muerte de 30 soldados en Corrientes. Es más, durante la pasada dictadura se produjo la desaparición de más de 200 soldados de los cuarteles. Eso sin mencionar los bailes y metodologías siniestras, como aplaudir cardos o tormentos que provocaban principios de deshidratación. Los ex soldados con los que hablé me contaron que a veces, como castigo, algunos eran atados en el interior de las carpas debajo del sol, con un tarro de agua en el pecho porque con el calor, la persona siente la sensación de que se ahoga dentro de un horno.

–Esos abusos tuvieron consecuencias psíquicas y físicas que aún hoy los ex soldados siguen padeciendo.

–Sí, las secuelas de esos abusos siguen durante muchos años. Esto es algo que se toca en la película. Hay casos de alcoholismo, problemas psicológicos y físicos que todavía hoy afectan a quienes tuvieron que hacer la conscripción en el monte tucumano. Entre 1975 y 1983, los años más álgidos de la represión estatal en Argentina, más de 400.000 jóvenes pasaron por los cuarteles, contando además los que debieron ser movilizados al Atlántico Sur como consecuencia del conflicto con Gran Bretaña. Eso solo nos da la pauta de que, entre nosotros, tenemos toda una generación que padeció abusos sistemáticos en las unidades militares.

–¿Con qué propósito utilizó en El Batallón Olvidado el recurso de la animación?

–Como una forma de recrear, de generar proximidad y dramatismo. El documental permite trabajar con mucha libertad, da la posibilidad de combinar distintos elementos y soportes. Reconozco que me inspiré un poco en Waltz with Bashir, un film israelí animado que cuenta las peripecias de un grupo de soldados durante la Guerra del Líbano, en 1982. Me gustó mucho esa película y pensé en un momento en hacer todo en animación pero era muy costoso, por eso me limité a unas escenas.

–¿Y el material fílmico dónde lo consiguió?

–Una fuente de buenos recursos fílmicos fue el archivo visual que tiene la Universidad Nacional de Córdoba, donde me proveí de mucho material como filmaciones periodísticas, cinematográficas y noticieros de la época.

–Además de documentalista, también es delegado sindical en Aerolíneas Argentinas.

–Lo que me interesa es retratar las luchas, las historias de resistencia y victimización que vivieron los sectores populares en Argentina. Las epopeyas olvidadas, los relatos silenciados. Son composiciones que apuntan a generar conciencia, a fomentar un aprendizaje colectivo que nos permita sacar lo mejor y lo peor de cada experiencia para que ciertos hechos no se repitan. Soy hijo de laburantes, y mi compromiso es con esa clase. Busco retratar a los trabajadores desde sus memorias. Narrar es para mí una manera de intervenir sobre el presente, y el futuro. Si uno es fiel a esos principios, contar se convierte en una acción política. Eso es lo que intento.

–¿Es lo que buscó en sus anteriores trabajos documentales, El día que bombardearon Buenos Aires (2004) y Carne Viva (2007)?

–Ambas son realizaciones que cuentan hechos silenciados por la historia oficial, que hablaban de la resistencia a un modelo económico. En El día que bombardearon... busqué contar el bombardeo a Plaza de Mayo de junio de 1955 contra el gobierno de Juan Domingo Perón como un ataque a la clase trabajadora. Un atentado terrorista provocado por un cuerpo estatal como la Marina que le costó más de 400 vidas. Se trataba de dar una lección a las masas que apoyaban ese proceso de transformación que llevaba a cabo el peronismo. Ese es el inicio de un largo período de resistencia, de lucha de mucho heroísmo, que tras muchas marchas y contramarchas desemboca en el 2001. En Carne Viva intenté reflejar la gran gesta que significó la huelga de los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos, en 1960. Fue una medida de fuerza comandada por el dirigente Sebastián Borro, que contó con la participación de 9000 obreros de la carne. Y ahí también logré relacionar esa gesta con el presente, con los trabajadores que tras la crisis de 2001 salieron a recuperar fábricas; en esta película tomé el caso del frigorífico Yaguané, en La Matanza. Uno de sus trabajadores era Angel Vivaldelli, que había estado en la huelga del ‘60 y a los 81 años asesoraba a la cooperativa en la sección cortes.

–¿Y cuál es el correlato con el presente que se puede hacer desde El Batallón Olvidado?

–Relacionar lo que se cuenta con el discurso de mano dura que se reproduce desde algunos medios de comunicación y sectores políticos de derecha. Aun hoy, desde cierta mirada reaccionaria, el Servicio Militar es una manera de combatir la inseguridad y la delincuencia. Entonces, trato de probar que, en realidad, el Servicio Militar nunca fue eficaz a la hora de generar ciudadanía, sino más bien todo lo contrario. Por eso, a diferencia de las dos anteriores, ésta no es una historia en la que se narren grandes gestas de resistencia y heroísmo, más bien es un relato sobre víctimas que, en muchos casos, se identificaron con sus victimarios.

–En esta línea de marcar una continuidad histórica con cada realización, ¿cuál es su próximo proyecto?

–Me gustaría contar la historia del sindicalismo argentino, y en particular las luchas que se desarrollaron durante el menemismo y el modelo neoliberal. Me parece que en este aspecto hay mucha tela por cortar. El proyecto es arrancar con las primeras organizaciones anarquistas y socialistas para llegar al sindicalismo actual, tan contaminado, de las prácticas empresariales.

–En términos económicos, ¿producir estos documentales implica ir siempre a pérdida?

–La verdad que sí. Para esta producción conté con respaldo del Incaa y la CTA, a la cual pertenezco. Es muy difícil filmar documentales si uno no cuenta con un buen respaldo. Prácticamente no existe el circuito comercial. Pero bueno, uno no puede pretender hacer un negocio redondo cuando cuenta historias como éstas. La apuesta pasa por otro lado. El propósito es movilizar, concientizar. Me conformo con que dentro de unos meses, la película sea difundida por el canal Encuentro y se difunda en escuelas. La idea es que cuando a las generaciones jóvenes les hablen sobre el Servicio Militar, vean este trabajo y asuman que se trata de un capítulo cerrado en la historia argentina y que no debe volver a repetirse.

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