lunes, 18 de junio de 2012

La radicalidad como bella arte

Una compilación de textos del cineasta, ensayista, crítico y polemista Glauber Rocha pone en evidencia su audaz e irreverente pasión por el cine y su posibilidad como herramienta de cambio revolucionario. En 1969 Jean-Luc Godard le plantea a Glauber Rocha la necesidad de destruir el cine, sobre lo cual el cineasta brasileño reflexiona con claridad: “Yo lo comprendo a Godard. Un cineasta europeo, francés, es lógico que se plantee el problema destruir el cine. Pero nosotros no podemos destruir aquello que no existe. (…) Nosotros no tenemos que destruir, sino que debemos construir. Cines, casas, rutas, escuelas”. Y esa claridad de su respuesta delinea su figura. Virulento, brutalmente lírico, mordazmente crítico, y hasta exasperadamente mesiánico, Glauber Rocha constituye, de algún modo, la cristalización de una lucha programada desde el cine contra el colonialismo cultural en Latinoamérica. Su filmografía navega un torrente convulsionado contenido entre dos orillas estéticas: la concepción de un cine de raíz (neo)realista, y la exploración abismada en el estallido de lo irracional, en el misticismo desaforado y en las creencias populares iluminadas y oscurecidas en un mismo movimiento por el delirio onírico. Entre esas dos concepciones, alejándose progresivamente de la primera para establecerse en la segunda (del ensayo Estética del hambre, que plasma en su film Barravento, a la Estética del sueño, que tendrá su correlato en La edad de la tierra), construye una serie de películas tan bellas como ásperas, que conjugan el lirismo con la violencia en un proyecto global que se completa en sus escritos. Y es que estos textos, una especie de manifiesto para la construcción de un cine tricontinental, pueden verse como el reflejo de sus películas. Ambas líneas interactúan permanentemente. Juntas plantean una transformación dialéctica que se hace visible finalmente en esta composición transtextual, en la progresiva radicalización estética de sus películas y en el devenir de sus formulaciones teóricas hacia el terreno de lo irracional. Textos y películas establecen un diálogo permanente que va configurando un discurso en el cual la estética y la política construyen un eje común, una fuga vertiginosa hacia el delirio místico como instrumento de ruptura con la dominación de la razón burguesa. Glauber Rocha, con su cine y sus escritos como conjunto coherente, propone la única respuesta geopolítica concreta desde el subdesarrollo latinoamericano a los Nuevos Cines que germinaban en Europa durante la década del 60. Textos y películas, una especie de fiebre los sacude a ambos, convulsiones agitadas entre la rabia desnuda y el lirismo, entre la radicalidad política y la exploración estética de lo irracional. Esos cuerpos febriles de sus películas, que deambulan extasiados por los territorios primitivos de la tierra mítica o por el caos del desconcierto onírico, se reflejan en la fiebre de las palabras reflexivas agitadas siempre por la lucha política. Pero si aquellos cuerpos, siempre ajetreados por los vaivenes de la violencia en el mismísimo centro de la confusión, se debaten desgarrados entre los caminos insondables de una liberación improbable de la miseria, la palabra de Rocha en sus textos-programa instaura un eje de claridad que los organiza, que los ubica en un territorio estructurado por los lineamientos de un programa en devenir constante cuya base fundamental se encuentra en la descolonización cultural de los países del Tercer Mundo. Glauber Rocha, entre la rabia y el lirismo. El libro se divide en tres partes. La primera recopila textos que encuentran su eje en las formulaciones programáticas para la construcción de un nuevo cine brasileño, el Cinema Novo, y, desde allí, proponer un movimiento internacional tercermundista que gestione la lucha efectiva contra el colonialismo. Su concepción materialista le permite pensar el fenómeno desde la problemática de la producción y la distribución, y no sólo desde una solitaria resistencia estética al modelo hegemónico de Hollywood. La estética del hambre, de 1965, plantea el hambre latina como base de una estética de la miseria contra la incomprensión europea; exponer entonces descarnadamente ese hambre como nervio de esta sociedad, un hambre cuya más noble manifestación sería la violencia. De allí, planteando la necesidad de construir desde el subdesarrollo modelos de producción y distribución capaces de enfrentarse a la maquinaria euronorteamericana, el discurso estético-revolucionario se inclina progresivamente hacia la concepción de lo irracional como respuesta posible a la dominación de la razón burguesa. La estética del sueño, de 1971, establece ya ese corte radical con las formas establecidas del cine y el racionalismo, reconociendo en el misticismo de las raíces indias latinoamericanas la única fuerza revolucionaria posible capaz de desarticular el orden de la razón colonialista. La segunda parte del libro reúne textos críticos que iluminan la faz cinéfila de Rocha. Griffith, Rossellini, Welles, Buñuel, Eisenstein, Godard, Pasolini; numerosos cineastas son diseccionados por una mirada incisiva que no deja de articular estéticas y discursos políticos. Y destacan allí, tal vez, tres crónicas precisas de sus encuentros con Jean Renoir (el león manso), Fritz Lang (el león herido, fiera que no se rinde), y John Ford (su elegancia grosera, sus gestos de vaquero). Breves narraciones que construyen retratos bellos y concisos de aquellos grandes maestros ya avasallados por los nuevos cines. La última parte transcribe dos conversaciones memorables. Una de ellas, lo reúne, en 1970, con Straub, Bertolucci y Jancsó. Reunión cumbre que destila radicalidad en cada línea de estas figuras clave del cine combativo de aquella época. Figuras que, además, configuran hoy el abanico de una suerte de destinos de la lucha: algunos, como Bertolucci, han declinado sus armas hace tiempo para adscribir a las formas dominantes; otros, como Jancsó, se han retirado durante años para ejercer la política en un controvertido flirteo con el liberalismo; otros, los menos, como Straub, siguen en furioso pie de guerra sin resignar un ápice de sus conceptos. Y otros, como el mismo Rocha, ya han muerto hace tiempo debatiéndose en sus propias discordancias, como el poeta de su película Tierra en trance, finalmente una especie de manifestación temprana de su destino como intelectual revolucionario exasperada y contradictorio. Por Gustavo Galuppo www.elciudadanoweb.com