miércoles, 15 de julio de 2009

"Como un león"



Mi papá se fue después mi hermano,
un día de estos me va a tocar a mi,
mi mamá lo sabe.
Se van todos, de cualquier manera, pero se van.
Las villas son más que un montón de latas,
estan vivas, como un arbol, COMO UN LEÓN.
Es mucha gente que no piensa en el futuro,
porque no pueden solamente tiran para adelante.

fragmento del cuento "Como un León" de Haroldo Conti.

"Como un león" es un cortometraje basado en el cuento de Conti, grabado en la Villa 21 de Barracas con la actuacion de varios vecinos y la participacion del Director de la Escuela de Teatro de la Villa 21 Julio Arrieta.



Haroldo Conti: Un homenaje merecido

Por Eduardo Anguita

El 5 de mayo de 1976, cuando se cumplían 158 años del nacimiento de Carlos Marx y 161 de la muerte de Napoleón Bonaparte, un grupo del batallón 601 montó una trampa en la casita que el escritor Haroldo Conti tenía en la esquina de Fitz Roy y Humbolt, en pleno Villa Crespo. Los del 601 eran los de Inteligencia y el genial Conti, en esa oportunidad, no era más que un conejo al que los inteligentes cazarían para alimentar la máquina del terror. Marta Scavac, su compañera, estaba con él esa madrugada y dio testimonio de la salvajada: "Apenas entramos, unos diez hombres estrafalariamente vestidos con vinchas, gorras y ropas raras, se nos vino encima. Inmediatamente me ataron las manos detrás de la espalda y me cubrieron, con ropa, la cara y la cabeza. Escucho que hacen lo mismo con Haroldo; aunque él se resiste, no es fácil reducirlo, es muy fuerte, pero le dicen que se quede quieto por el pibe, se referían al bebito (Ernesto, hoy un periodista de 32 años). "Señora, ¿cómo una mujer de su clase se metió en esto?" le preguntó uno de los inteligentes. "Le pedí que me explicara quiénes eran, qué querían. Me respondió que estábamos en guerra" dijo Marta. "O nosotros los matamos o ustedes nos matan a nosotros" contestó el inteligente. "Escucho que sigue rompiendo papeles. Le suplico que no rompa el cuento que Haroldo estaba escribiendo. Después comprobé que dejó la máquina de escribir de Haroldo, junto al borrador del cuento, intacto. Quedó sólo eso sin romper como un símbolo en medio de la casa revuelta, como sacudida por un terremoto" recuerda su compañera años después (revista Crisis, abril de 1986). "Comenzó a molestarse cuanto me preguntó por qué había viajado a Cuba con Haroldo. Le dije el motivo, que Haroldo había sido jurado de novela de Casa de las Américas".
Conti estaba por cumplir 41: había nacido el día de la Patria, un 25 de mayo, en un pueblo de la Pampa tranquila, Chacabuco, donde había ejercido como maestro rural, actor y director de teatro. También fue comerciante y piloto de aviones, aficionado a la pesca y profesor de filosofía. Pero antes de cumplir los 30 se reveló como novelista: con Alrededor de la jaula ganó un premio de la Universidad de Veracruz, y luego ganó el premio de la revista Life y el premio Municipal de Buenos Aires. Pero fue con Mascaró, el cazador americano, que obtuvo su mayor reconocimiento: el Premio Casa de las Américas, cuya primera edición se hizo en Cuba en 1959, el año de la revolución. En ese 1975, cuando la Triple A organizaba sus ataques desde sedes policiales y de gobierno, los inteligentes ya observaban a Conti. La Dirección de Inteligencia de la Policía bonaerense tenía una división literaria destinada a espiar a personas como Conti. Según el legajo 2516 de los inteligentes, Mascaró "propicia la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados en nuestra Constitución Nacional". Las actitudes del escritor –que se desprenden de la trama de la novela– son calificadas como apologéticas, respecto de los revolucionarios y guerrilleros, y como críticas o negativas, respecto de la represión, de la tortura indiscriminada y de la Iglesia Católica. Para demostrar que Mascaró había sido leído por algún entendido, el legajo señala que Mascaró "presenta un elevado nivel técnico y literario" y que Conti "luce una imaginación compleja y sumamente simbólica".
Por entonces no era posible para muchos levantar la voz por la suerte de secuestrados como Conti. Dos semanas después de su secuestro, el sacerdote Leonardo Castellani –que conocía a Conti de su paso por el seminario- fue a almorzar con el dictador Videla en ese encuentro tremendo donde también estuvieron Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges. Esa vez, tras la comida, Borges dijo lo que pensaba, tal como lo consignaba La Prensa del día siguiente: "Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvo al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno". Castellani, que no comulgaba ideológicamente con Conti fue más valiente y pidió por el escritor. Algunos creen que Castellani pudo verlo, flaco y empalidecido, en los calabozos de la Policía Federal. La versión no tiene asidero, jamás Videla pudo haber autorizado una visita semejante, pero hay que destacarlo: mientras la jerarquía eclesiástica era partícipe del terror, un cura nacionalista pedía por la vida de un escritor revolucionario.
En la oscuridad del genocidio aparecen conductas que deberían oxigenarse con el correr de los años: el actor y dramaturgo Sergio Renán filmó Alrededor de la jaula después del secuestro de Conti. Es decir, mientras el Instituto de Cine estaba en manos del general de turno y la mayoría de los creadores y directores de cine se tenían que exiliar o desaparecían, a Renán le dieron autorización (y recursos) para llevar a la pantalla un cuento del escritor secuestrado y execrado por los militares. La película se estrenó en junio de 1977 y se llamó Crecer de golpe.

domingo, 12 de julio de 2009

El documental como memoria del mundo.


A la manera de Walter Benjamin, mucho del cine del FIDMarseille –una de las manifestaciones más radicales dedicadas al documental contemporáneo– sugiere que no se puede pensar el futuro sin antes mirar al pasado, como una forma de reconstruir el presente.

Por Luciano Monteagudo

Desde Marsella

Memoria personal, memoria familiar, memoria histórica. El cine vigente en estos días en el FIDMarseille –una de las manifestaciones más radicales dedicadas al documental contemporáneo– parecería estar dominado por estas obsesiones, que terminan siendo apenas una y la misma. Como hubiera querido Walter Benjamin, mucho de este cine piensa que no se puede mirar al futuro sin antes haber fijado la atención en el pasado, como una forma de reconstruir el tiempo presente.

Es el caso, por ejemplo, de dos films de la competencia oficial provenientes de países que han sufrido el peso del colonialismo y las guerras civiles y que necesitan reconstruir su identidad histórica. La Argelia de Les racines de la brouillard (Las raíces de la niebla), ópera prima de Dounia Bovet-Wolteche, es la del recuerdo: la de una maestra francesa que en 1962, después de la independencia, decidió comprometerse con la causa de ese país recién nacido e ir a trabajar allí, y la de un poeta y militante al que conoció entonces y a cuya memoria está dedicado el film, construido un poco a la manera de los laberintos mentales de Alain Resnais, como si se tratara de una nueva versión de su film más político, La guerra ha terminado (1966). El tratamiento visual es acorde con su tema: no hay textura que evoque mejor el transcurso del tiempo, la emoción de la memoria que el grano grueso del Super 8. Y lo que hace la realizadora es trabajar todo su metraje con ese soporte que se creía olvidado, aun más en blanco y negro, lo que convierte su film en una experiencia casi fantasmática.

Si allí Argelia es monocromática, el Líbano de 1958, de Ghassan Salhab, pasa indistintamente del blanco y negro al color, de la misma manera en que el director va y viene de la experiencia personal a la memoria histórica. El año que le da su título al film es el del nacimiento del cineasta, que coincide con el del comienzo de una larga sangría de guerras civiles que iría corroyendo a su país y a su gente. El eje de su narración será entonces su madre, que habla y piensa en árabe y que sigue aún hoy reivindicando el panarabismo de Gamal Abdel Nasser, aunque es muy consciente de que la realidad hoy no le da necesariamente la razón. Las imágenes de viejos noticieros que van pautando su relato se cruzan con la mirada actual sobre un país que nunca dejó de estar dividido y cuyas cicatrices siguen estando a la vista en cada una de sus calles y edificios. Un paisaje urbano que el director mira desde la costa, en un bote que se sacude por el movimiento del mar y que habla de la inestabilidad esencial de ese individuo de 51 años que todavía no puede hacer pie en su tierra.

La figura de una madre cobra aún más protagonismo en Diletante, de Kris Niklison, la única presencia argentina en competencia oficial en Marsella. Ganador (ex aequo con Parador retiro, de Jorge Leandro Colás) del premio a la mejor película argentina en el último Festival de Mar del Plata, el film es un retrato en la intimidad de la madre de la directora, una mujer de ochenta años que lleva una vida activa y feliz en su pequeña chacra santafesina y que se reivindica como diletante: “alguien que sabe mucho de todo y poco en profundidad de nada, y que tiene el don de la conversación”, según ella misma define con orgullo. A diferencia de los ejemplos anteriores, no hay nada aquí que conecte al personaje con su circunstancia o ni siquiera con la historia personal de su hija (que se abstiene sabiamente de su presencia en el film). Se trata, más bien, de un permanente, obsesivo monólogo interior, para el cual le sirven de “pie” las acotaciones en off de Cata, una cocinera que nunca llega a estar en cuadro pero que, entre sonidos de platos y cacharros, se hace imprescindible para construir esta impensada ilustración del habla y los personajes que imaginó Manuel Puig. La vitalidad y la simpatía de esta mujer despertaron en el bello Théâtre du Gymnase –una sala decimonónica a la italiana, con platea y tres pisos de palcos y balcones, sede principal del FIDMarseille– un aplauso cerrado y entusiasta, que convirtió a Diletante en una suerte de pintoresco crowdpleaser, de los que definitivamente no abundan en el festival.

La declarada ahistoricidad de Diletante no deja, sin embargo, de expresar una forma de ver el mundo, que contrasta brutalmente con la de otros films en competencia. Sobre Alemania como una idea, o como un pedazo de historia, tan concreto como un fragmento del Muro que cayó hace dos décadas, es Material, el documental que Thomas Heise –conocido en la Argentina a través del DocBsAs– presentó en la Berlinale ‘09 primero, en el Bafici después y ahora en Marsella. El punto de partida es muy simple: el montaje de material que Heise (proveniente de Berlín oriental) había venido filmando espontáneamente desde 1988 y había guardado a la espera de que alguna vez, quizá, cobrara sentido. Nunca hubo un proyecto concreto de film detrás de esas imágenes –que incluyen los ensayos de la mítica puesta teatral de Germania Tod in Berlin, de Heiner Müller, y las masivas manifestaciones en Alexanderplatz en noviembre de 1989– hasta que ahora Heise las reunió en esta serena pero a la vez inquietante meditación sobre el paso del tiempo. Hay algo de arqueólogo en Heise, como si con esas imágenes desenterrara un bloque de tiempo. Un tiempo que aparece hoy tan lejano –los Trabis, las asambleas barriales– que esa ciudad y esa gente, que Heise redescubre en la pantalla, parece hoy casi irreconocible.

De alguna manera, el film de Heise dialoga con una de las secciones paralelas más intensas del FIDMarseille, titulada “Los espectros de la historia”, en la que hay films actuales, como Independencia –la obra maestra del filipino Raya Martin, que se ha propuesto reconstruir por sí solo la historia del cine de su país que las distintas invasiones coloniales impidieron– y clásicos inapelables, como el monumental Hitler, un film de Alemania (1977), de Hans Jürgen Syberberg, o una versión restaurada de La rabbia (1963), de Pier Paolo Pasolini. La memoria del cine como memoria del mundo.

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