domingo, 12 de julio de 2009

El documental como memoria del mundo.


A la manera de Walter Benjamin, mucho del cine del FIDMarseille –una de las manifestaciones más radicales dedicadas al documental contemporáneo– sugiere que no se puede pensar el futuro sin antes mirar al pasado, como una forma de reconstruir el presente.

Por Luciano Monteagudo

Desde Marsella

Memoria personal, memoria familiar, memoria histórica. El cine vigente en estos días en el FIDMarseille –una de las manifestaciones más radicales dedicadas al documental contemporáneo– parecería estar dominado por estas obsesiones, que terminan siendo apenas una y la misma. Como hubiera querido Walter Benjamin, mucho de este cine piensa que no se puede mirar al futuro sin antes haber fijado la atención en el pasado, como una forma de reconstruir el tiempo presente.

Es el caso, por ejemplo, de dos films de la competencia oficial provenientes de países que han sufrido el peso del colonialismo y las guerras civiles y que necesitan reconstruir su identidad histórica. La Argelia de Les racines de la brouillard (Las raíces de la niebla), ópera prima de Dounia Bovet-Wolteche, es la del recuerdo: la de una maestra francesa que en 1962, después de la independencia, decidió comprometerse con la causa de ese país recién nacido e ir a trabajar allí, y la de un poeta y militante al que conoció entonces y a cuya memoria está dedicado el film, construido un poco a la manera de los laberintos mentales de Alain Resnais, como si se tratara de una nueva versión de su film más político, La guerra ha terminado (1966). El tratamiento visual es acorde con su tema: no hay textura que evoque mejor el transcurso del tiempo, la emoción de la memoria que el grano grueso del Super 8. Y lo que hace la realizadora es trabajar todo su metraje con ese soporte que se creía olvidado, aun más en blanco y negro, lo que convierte su film en una experiencia casi fantasmática.

Si allí Argelia es monocromática, el Líbano de 1958, de Ghassan Salhab, pasa indistintamente del blanco y negro al color, de la misma manera en que el director va y viene de la experiencia personal a la memoria histórica. El año que le da su título al film es el del nacimiento del cineasta, que coincide con el del comienzo de una larga sangría de guerras civiles que iría corroyendo a su país y a su gente. El eje de su narración será entonces su madre, que habla y piensa en árabe y que sigue aún hoy reivindicando el panarabismo de Gamal Abdel Nasser, aunque es muy consciente de que la realidad hoy no le da necesariamente la razón. Las imágenes de viejos noticieros que van pautando su relato se cruzan con la mirada actual sobre un país que nunca dejó de estar dividido y cuyas cicatrices siguen estando a la vista en cada una de sus calles y edificios. Un paisaje urbano que el director mira desde la costa, en un bote que se sacude por el movimiento del mar y que habla de la inestabilidad esencial de ese individuo de 51 años que todavía no puede hacer pie en su tierra.

La figura de una madre cobra aún más protagonismo en Diletante, de Kris Niklison, la única presencia argentina en competencia oficial en Marsella. Ganador (ex aequo con Parador retiro, de Jorge Leandro Colás) del premio a la mejor película argentina en el último Festival de Mar del Plata, el film es un retrato en la intimidad de la madre de la directora, una mujer de ochenta años que lleva una vida activa y feliz en su pequeña chacra santafesina y que se reivindica como diletante: “alguien que sabe mucho de todo y poco en profundidad de nada, y que tiene el don de la conversación”, según ella misma define con orgullo. A diferencia de los ejemplos anteriores, no hay nada aquí que conecte al personaje con su circunstancia o ni siquiera con la historia personal de su hija (que se abstiene sabiamente de su presencia en el film). Se trata, más bien, de un permanente, obsesivo monólogo interior, para el cual le sirven de “pie” las acotaciones en off de Cata, una cocinera que nunca llega a estar en cuadro pero que, entre sonidos de platos y cacharros, se hace imprescindible para construir esta impensada ilustración del habla y los personajes que imaginó Manuel Puig. La vitalidad y la simpatía de esta mujer despertaron en el bello Théâtre du Gymnase –una sala decimonónica a la italiana, con platea y tres pisos de palcos y balcones, sede principal del FIDMarseille– un aplauso cerrado y entusiasta, que convirtió a Diletante en una suerte de pintoresco crowdpleaser, de los que definitivamente no abundan en el festival.

La declarada ahistoricidad de Diletante no deja, sin embargo, de expresar una forma de ver el mundo, que contrasta brutalmente con la de otros films en competencia. Sobre Alemania como una idea, o como un pedazo de historia, tan concreto como un fragmento del Muro que cayó hace dos décadas, es Material, el documental que Thomas Heise –conocido en la Argentina a través del DocBsAs– presentó en la Berlinale ‘09 primero, en el Bafici después y ahora en Marsella. El punto de partida es muy simple: el montaje de material que Heise (proveniente de Berlín oriental) había venido filmando espontáneamente desde 1988 y había guardado a la espera de que alguna vez, quizá, cobrara sentido. Nunca hubo un proyecto concreto de film detrás de esas imágenes –que incluyen los ensayos de la mítica puesta teatral de Germania Tod in Berlin, de Heiner Müller, y las masivas manifestaciones en Alexanderplatz en noviembre de 1989– hasta que ahora Heise las reunió en esta serena pero a la vez inquietante meditación sobre el paso del tiempo. Hay algo de arqueólogo en Heise, como si con esas imágenes desenterrara un bloque de tiempo. Un tiempo que aparece hoy tan lejano –los Trabis, las asambleas barriales– que esa ciudad y esa gente, que Heise redescubre en la pantalla, parece hoy casi irreconocible.

De alguna manera, el film de Heise dialoga con una de las secciones paralelas más intensas del FIDMarseille, titulada “Los espectros de la historia”, en la que hay films actuales, como Independencia –la obra maestra del filipino Raya Martin, que se ha propuesto reconstruir por sí solo la historia del cine de su país que las distintas invasiones coloniales impidieron– y clásicos inapelables, como el monumental Hitler, un film de Alemania (1977), de Hans Jürgen Syberberg, o una versión restaurada de La rabbia (1963), de Pier Paolo Pasolini. La memoria del cine como memoria del mundo.

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