jueves, 2 de abril de 2009

Ron Mann: Los documentales son propaganda de agitación.



El realizador de Grass vuelve al festival porteño para presentar Know Your Mushrooms, una película que celebra los distintos usos –recreativos, culinarios, medicinales– de los hongos.

Al cineasta canadiense Ron Mann no le extrañó que a la oficina de su productora llegara su amigo y colega Jim Jarmusch, pero sí le llamó la atención el motivo de la visita: el director de Down By Law quería revisar la base de datos que Mann había armado cuando investigaba para su célebre documental Grass, que muestra los esfuerzos del Estado por criminalizar la marihuana. Lo que Jarmusch buscaba eran escenas de películas en las que aparecieran hongos, porque, le dijo a su amigo, tenía que dar una charla en el Telluride Mushroom Festival y quería usar las imágenes para apoyar sus dichos. “Obviamente, tuve que preguntarle qué era eso”, se ríe Mann, de visita en Buenos Aires. “Me explicó que era un lugar de Colorado en el que se reunían los fungófilos para aprender sobre los diferentes usos de los hongos: algunos están interesados en ellos como comida, otros como remedios, como ayuda ambiental... Así que fui con él, porque ¡quería saber de qué corno hablaba Jim! Porque además me decía cosas como ‘¿sabés que el ADN de los hongos está más cerca del ser humano que del de las plantas?’ Y una vez que me metí en los bosques a buscar hongos todo ese mundo me resultó mágico, increíble”. Ese viaje fue el germen de Know Your Mushrooms (Conocé a tus hongos), el documental que Mann muestra en el Bafici.
“Cuando salís a buscar hongos realmente estás mirando a la Tierra y eso me hizo pensar en cómo la naturaleza puede instruirnos si le prestamos atención. Lo único que tenemos que hacer es mirar”, asegura el cineasta. En la película se ven, precisamente, los usos gastronómicos, medicinales, psicodélicos y para beneficiar al medio ambiente que pueden dárseles a los hongos. “Ellos sostienen al planeta”, afirma Mann. “Les proveen nutrientes a los árboles y ahora se los usa para limpiar áreas con derrames de combustibles. Y es muy profundo el uso de hongos medicinales: no tenía la menor idea de que hace cientos de años que los indígenas los usaban con esos fines, o que hay hongos que son inhibidores del cáncer. En Europa y Asia es bastante común que las familias salgan a recoger hongos, eso se pasa a través de las generaciones. No para nosotros: a mí me decían que jamás se me ocurriera comer un hongo. De hecho, cuando era chico sacaba los hongos que venían en la pizza, pensaba que eran una especie de yuyo. Incluso vi una película del ciclo televisivo Alfred Hitchcock presenta sobre un chico que criaba hongos en su sótano y crecían tanto que dominaban al planeta. Se nos hacía temer a los hongos, se nos decía que eran peligrosos, raros. Los únicos hongos que pueden conseguirse hoy son los que hay en el mercado, que vienen todos en el mismo paquete de plástico y están llenos de pesticidas. Por eso creo que en Estados Unidos y Canadá hay una especie de hongofobia.

–Usted siempre documentó la contracultura, desde el jazz de Cecil Taylor hasta los comics under y la lucha contra la marihuana, por eso a priori pareciera que Know Your Mushrooms no tiene nada que ver con lo anterior. Sin embargo, cuando usted pone en pantalla los anuncios de los productores de hongos infundiendo miedo a comer los silvestres, no son tan distintos a los que se usaban contra la marihuana.

–Es cierto. Pero además, tal vez los locos tengamos razón... Lo digo porque cuando hice Go Further en 2000 nadie hablaba sobre biodiésel, comida orgánica, yoga o modo de vida sustentable, que eran los temas de ese documental, pero ahora es muy mainstream hablar del calentamiento global. En cierto sentido, me siento reivindicado: ¡los locos teníamos razón! Eso, trasladado a los hongos... Ok, Terence McKenna (escritor, filósofo y etnobotanista) tenía unas teorías salvajes sobre que los hongos provenían de esporas que habían venido del espacio exterior y que habían inoculado la Tierra, y sobre que los hombres prehistóricos comían psilobice (los “hongos mágicos”, psicodélicos) para mejorar su visión, lo que los hacía mejores cazadores. Bueno, ¿quién sabe? Los propios hongos llevan a que uno especule sobre ellos. Es gracioso, en los ’60 existía la idea de la telekinesis y hace poco leí que Mattel sacó un juguete en el que usás tu mente para mover objetos. ¿No era que la telekinesis era una locura? Así que, ¿por qué deberían serlo las teorías de McKenna? Se trata de estar abiertos a ideas nuevas. Pero hemos cerrado tantas puertas... En el Telluride Mushroom Festival, uno de los oradores era un investigador de la Universidad John Hopkins, quien trabajaba con hongos psilobice en gente con depresión o enfermedades mentales. El no pudo empezar la investigación hasta hace unos pocos años porque los hongos mágicos son ilegales y el gobierno no permitía que se experimentara.

–En Know..., Gary Linkoff, tal vez la mayor autoridad en el tema, dice que los hongos ocupan apenas unas veinte páginas en los libros de botánica. ¿Su película es una suerte de reivindicación de los hongos?

–Sí, absolutamente. Cada vez que leía algo nuevo sobre los hongos, pensaba que recién estamos aprendiendo sobre ellos. Larry (Evans, una especie de Indiana Jones honguero) viaja a Bolivia, donde el gobierno le paga para que identifique hongos. Hay tantos usos de los hongos que ni siquiera conocemos... Además, hay algo en ellos que es muy atractivo, que atrapó a artistas como John Cage o Jim Jarmusch. No quiero sonar delirante, pero los hongos tienen algo especial. Son una fuerza vital, ayudan a desintoxicar tanto el interior del hombre como al planeta. Honestamente, sí creo que son un reino aparte. Dentro de diez o veinte años veremos cómo la gente los usa tanto para mejorar al planeta.

–Entonces, ¿cree que la hongofobia tiene los días contados?

–Bueno, espero que la gente que vea la película reconsidere la idea de que los hongos son negativos. (Piensa.) Está claro que yo ya me uní al culto, ¿no? Tomo suplementos de hongos todos los días, pido pizza con hongos... Hice una presentación de la película en el festival South By Southwest y cocinamos unos hongos frescos, los pusimos en la pizza y se lo dimos a los asistentes, que los disfrutaron mucho.

–Es que son deliciosos, sin dudas.

–Bueno, lo que terminó de convencerme fue cuando Larry cocinó chanterelles y trufas. ¡Mi dios! Y lo mejor es que son salvajes... Pero uno no puede conseguirlos en el supermercado: no tiene sentido.

–En un momento de la película, Linkoff dice que casi todo en el mundo puede justificarse a través de los hongos.

–Sí, que podés ponerte micocéntrico, que había gente que creía que Santa Claus era un hongo...

–O que Jesucristo lo era.

–Claro. Me acuerdo de ese libro (The Sacred Mushroom and the Cross, de John M. Allegro), que fue tan desacreditado... Pero suena creíble (se ríe). Hay evidencia histórica de que los hongos fueron usados en ceremonias de muchas religiones. María Semina (conocida como “la sabia de los hongos”) fue descubierta para Occidente por un académico que fue a Oaxaca, México, y escribió sobre ella en la revista Life a fines de los ’50. Eso fue lo que impulsó a viajar a Timothy Leary (el gurú del LSD) y a que a los hongos mágicos se los llamara “la droga del amor” en los ’60. Y todavía son mi droga favorita. No quiero hacerles propaganda, pero debo decir que cualquiera que haya tenido un trip con hongos sabe cuán psicodélicos son y cuánto entendimiento se tiene con ellos. De algún modo, es capacidad de entendimiento del mundo natural... ¡Además de que uno se ríe muchísimo! Recuerdo un viaje sin destino que hice con un amigo: marcamos un punto en el mapa y dijimos “Vamos para ahí”. Tomamos unos hongos y viajamos todo el día, pero creo que no debemos haber hecho más que cuatro kilómetros (carcajadas). Y no recuerdo haberme reído tanto nunca en mi vida. Es raro lo que pasa con la naturaleza en ese estado: uno puede pasarse horas hablándole a un árbol y sentir que tuvo una conversación fantástica.

–Usted es reconocido como un pionero en introducir técnicas de animación dentro del campo del documental, cosa que vuelve a hacer en Know Your Mushrooms.

–Es cierto. Mi mentor fue Emile De Antonio, un director radical que hizo In The Year of the Pig y Point of Order. El era un artista del collage, que aprendió su arte de pintores como Robert Rauschenberg y de músicos como John Cage, que era su amigo. Fue el primero que consideró la estética en la forma del documental. En su caso, al ser un director radical de documentales, era anti Hollywood: como las películas eran muy pulidas, casi como un aviso de cerveza, él quería que los cameramen aparecieran en la pantalla, por ejemplo. En In the King of Prussia, sobre unos activistas que entraron a una planta de General Electric y tiraron sangre sobre planos de misiles secretos, De Antonio hizo un documental híbrido: tenía a los Berrigan (los activistas) haciendo de sí mismos y a Martin Sheen en el rol del juez. Una vez que vi esa película, pensé que cualquier cosa era posible en el género documental. De (por De Antonio) fue el Michael Moore de su tiempo y fue mi mayor influencia. Su última película, Mr. Hoover and I, era autobiográfica, algo como lo que Michael Moore hizo en Roger and Me. Lo que me enseñó es a cuestionarme lo que es el documental. ¿Es una performance, un ensayo, una narrativa en primera persona, un híbrido? Por eso nunca vi al documental como algo diferente de las películas de ficción. Grass es una película de collage, en el que traté de emular el trabajo de De Antonio; Know Your Mushrooms es como una película etnográfica. Pero debo decir que mi formato siempre es más literario, tengo fuentes más literarias.

–¿Grass ayudó a pensar sobre la inutilidad de la lucha contra la marihuana?

–Hace poco, en un festival me presentaron como un director que promueve el uso de las drogas recreativas, como si Grass hubiera sido lo único que hice. Imagine la importancia de esa película en mi carrera... Y estoy muy orgulloso, porque la película recaudó casi medio millón de dólares para luchar por la descriminalización de la marihuana en todo el mundo. Además, todavía está número tres en la sección indie de iTunes, así que ha crecido en popularidad hasta convertirse en una especie de película de culto.

–Pese a todos sus logros como director, en una entrevista reciente dijo que no se consideraba como tal, sino más bien un historiador cultural. ¿Cómo es eso?

–Es porque cuando empecé a hacer películas en los ’80 asumí la responsabilidad de documentar culturas alternativas, porque no estaban representadas en los medios mainstream. Recuerde que películas como las de De Antonio se exhibían en salas de cine de autor, que programaban películas contraculturales, y no había distancia entre director y público. Siempre trato de recordar eso, porque hago películas sobre artistas que son mis héroes, a los que crecí escuchando o leyendo, y tengo la urgencia de documentarlos antes de que desaparezcan. Piense que para hacer películas uno se pasa años juntando el dinero (se ríe). Además, hago películas no sólo para el público contemporáneo, sino para el de años por venir. Para películas como Poetry in Motion (con poetas de la beat generation, Charles Bukowski y Tom Waits, entre otros) o Comic Book Confidential (sobre la importancia de las historietas de Robert Crumb, Frank Miller y otros) filmé cientos de horas, porque sabía que la película de 90 minutos es como un contenedor: la verdadera película es el archivo de todo lo que filmé. Mi principal preocupación es la preservación de ese arte que filmé. Como proyecto paralelo, trabajo para que Canadá preserve el cine y las fotos periodísticas. Así que necesitamos un programa estatal que no sólo ayude a preservar al cine de hoy sino al del pasado, para que las generaciones futuras puedan disfrutarlos y apreciarlos. Porque las cintas y el filme se deterioran. Y como decía De, la historia está en los outtakes de la televisión.

–Usted ha usado esos outtakes de la televisión para fundamentar su propio discurso en Grass, por ejemplo.

–Es cierto. Mucho del material de archivo que se ve en Grass intentaba transmitir un mensaje anti drogas. Vi más de cuatrocientas horas de películas anti drogas y lo gracioso es que lo único que provocaron en mí fueron ganas de drogarme (risas). Lo que quería hacer fue recuperar esas películas y usarlas para ofrecer mi propia forma de desinformación... Después de todo, los documentales son propaganda de agitación. Y me propuse usar esas películas antidroga para demostrar que la lucha contra las drogas es un fracaso absoluto. Pero también usé el humor. Siempre se supuso que los documentales debían ser educativos, que uno debía aprender algo de ellos, y eso significaba que debían ser un embole. Pero no puedo evitar hacer el intento de ser gracioso y entretenido.

Roque Casciero
pagina12.

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